Desarrollo sustentable, por Aldo Facho Dede
Desarrollo sustentable, por Aldo Facho Dede
Aldo Facho Dede

El desarrollo sustentable parte del principio de que el disfrute de hoy no debería significarnos carencias de mañana. Este concepto que está muy relacionado con la planificación estratégica, guarda la misma lógica que aplicamos cuando hacemos mantenimiento a nuestros bienes o planificamos nuestra economía: si nos excedemos en el uso o en los gastos, estaremos poniendo en riesgo la sostenibilidad de nuestro hogar. Esta lógica a escala nacional se denomina ordenamiento territorial y tiene que ver con una visión concertada y equilibrada de desarrollo, pensando en el hoy, pero sobre todo en el futuro.

Miradas sesgadas desde lo económico, como la plasmada en el artículo “Ordenamiento territorial” (El Comercio, 8 de abril del 2016), de Iván Alonso, reflejan la forma como se han venido administrando nuestros recursos desde el Virreinato, cambiando las formas de gobierno, mas no nuestro rol como proveedores de materia prima. 

Para generar movilidad social ascendente y el desarrollo de las clases medias, se necesita un modelo económico que apueste por la diversidad productiva y la industrialización, con políticas a mediano y largo plazos. El ordenamiento territorial tiene como principal objetivo consensuar una visión a futuro a base de la cual se organicen las diferentes políticas y estrategias encaminadas al desarrollo integral del país, en relación con sus componentes físico-territorial, medioambiental, social-económico-productivo, energético, logístico, entre otros. 

Esta visión, concertada con los actores sociales, económicos y políticos, y técnicos, debe decantarse en la regulación del uso del suelo y explotación racional de sus recursos naturales, sobre un modelo de desarrollo equilibrado y sostenible en el tiempo. 

La pregunta que se hace el autor sobre “¿Por qué debemos renunciar, digamos, al desarrollo de una mina que produzca un beneficio neto de US$10.000 millones en 20 años de vida útil para preservar un cultivo que pueda sostenerse de aquí a la eternidad, pero que apenas genere US$10 millones anuales?” se responde a sí misma: porque no podemos reducir la vida de una nación a 20 años de superexplotación y porque a las personas no se las mide con el “valor presente” (como miden los economistas los costos y beneficios), sino con el “valor futuro”, que es para lo que debería trabajar el Estado.

La sustentabilidad de la riqueza de una nación no debería calcularse en cuán rápido se explotan sus recursos naturales, sino en cuánto consigue prolongar sus beneficios en las generaciones venideras. Para ello, necesitamos políticas de desarrollo concertado, que se resuelven en procesos de planificación.

Esta reflexión no quita sentido a la preocupación economicista del autor. La planificación tradicional ha trabado en muchos casos procesos de desarrollo que hubiesen generado importantes beneficios a la población. El problema fundamental radica en que proyectar de forma rígida las actividades económicas relacionadas con el uso del suelo tiene grandes posibilidades de fracasar, pues las sociedades son en esencia dinámicas y su accionar sobre el territorio responde a esa variabilidad. 

Entonces, ¿se puede objetivamente pensar en el ordenamiento territorial como una solución para el crecimiento equilibrado? Personalmente, considero que sí, pero desde el enfoque de la planificación estratégica, que se diferencia esencialmente de la tradicional en que se proyecta a base de objetivos de desarrollo, y se decanta en proyectos prioritarios que buscan ser las puntas de lanza de un proceso integral de crecimiento adaptativo. 

Así, se trabaja a base de grandes metas, gobernabilidad generada por consensos y adecuación de las políticas con las experiencias mismas de aplicación.